«Estar conectados con la persona en la pérdida en momentos es positivo. Cuando es todo el día, es una alarma, no estoy mirando a la vida, estoy todo el día conectado con la muerte»
ENTREVISTA CON ANA ISABEL MORENO, TERAPEUTA FAMILIAR Y ESPECIALISTA EN DUELO Y PÉRDIDAS DE VIDA
Ana Isabel Moreno es terapeuta familiar y especialista en duelo y pérdidas de vida. Por las mañanas, trabaja en el Hospital Universitario de Móstoles acompañando a las personas que están en cuidados paliativos y a pacientes con cáncer junto a la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) y por las tardes hace consultas particulares en su centro, la Escuela Síati, donde hacen terapias de duelo consciente y dan clases a niños, adolescentes y adultos. Moreno sintió la necesidad de formarse en duelo para ayudar a familias con muchísimo dolor y al crecimiento de los niños y la formación de adolescentes.
¿En qué consiste el duelo?
En sí, mi manera definirlo es algo por lo que todos vamos a pasar en nuestra vida. Es algo que afecta en todas las dimensiones de las personas, tanto a nivel mental como físico, emocional y espiritual, es un dolor a nivel total. A nivel biológico, te duele el cuerpo incluso. A nivel psicológico, uno se replantea todo constantemente. A nivel social, duele la forma en la que la sociedad actúa, se pierde un poco el sentido. A nivel familiar, duele el dolor de los otros y a nivel espiritual decimos que duele el alma.
Es importante entender en qué consiste, es algo normal y natural en nuestra vida y hablar de ello favorece a que sea así. Negar el duelo, como sucede en la sociedad, nos termina generando mucho más dolor.
¿Qué quiere decir el ‘duelo consciente’?
Cuando en la Escuela Síati hablo de duelo consciente, me refiero a realmente poder mirar conscientemente y abordar todas las dimensiones del duelo, ponerle conciencia, darme cuenta de dónde estoy en este momento, en ese proceso del duelo es donde tengo que estar.
Sucede, y nos pasa también a los especialistas y terapeutas que acompañamos, que tenemos que quitarnos la idea de que tienes que ser eficiente. En el duelo, lo que realmente hace que se transforme esa experiencia y se avance para transformar el dolor en amor hacia la persona querida es poner conciencia en cada paso en el que está el paciente, no donde yo quiero que esté, ayudarle a aceptar y acompañarle en el camino.
En el duelo consciente las fases pueden ser diferentes, el enfado puede estar antes que negación, por ejemplo, no es todo la teoría. Realmente, lo que más necesitamos es que validen nuestra experiencia, porque es mía, y en el duelo es donde más importancia toma. Si no, lo que hago es intentar sacarle de ahí, como salvar a alguien de una situación peligrosa, pero no lo es, la persona necesita elaborarlo, tengo que comprender y dejarle estar donde está, escuchar y darle mecanismos de defensa.
Una persona que está pasando por un duelo, ¿cuándo debe pedir ayuda?
En primer lugar, sobre todo en un duelo repentino, y a veces aunque sea un duelo “planificado” como en los paliativos, los primeros meses la persona está en estado de shock, incluso el cerebro tiene la capacidad de anestesiarnos. Mucha gente se siente bien porque la persona ha dejado de sufrir y esta fase no necesita acompañamiento como tal.
Después viene la confusión, incluso a veces la persona se siente culpable, «cómo me podía sentir tan bien», y empieza a darse cuenta de qué pasa, está en un estado consciente. Si en ese momento la persona se abandona y entra en una fase más depresiva, es importante que pida ayuda, porque está evitando lo que está pasando.
Es importante ver qué sucede. Hay señales de que necesita ayuda: por ejemplo, si su red de apoyo no es muy amplia o esa persona se lo guarda todo para que nadie sufra, porque se está encerrando en sí misma. A veces, solo con una buena red de apoyo, si se siente bien en el trabajo, tiene apoyo de su familia y de su amigos, son personas con las que puede hablar de su duelo, hace que no necesite acompañamiento. Pero si existen señales de alerta, cualquier persona debería decirle a la otra que pida ayuda, porque a veces incluso entran en estado de claudicación y piensan que no van a poder seguir adelante.
¿Cómo sabe alguien cuándo necesita ayuda para superar una pérdida?
En relación a lo anterior, es importante ver nuestras conductas. Normalmente, estamos en estado de shock y de repente es como “la gran caída”, que se suele llamar. Primero, el cerebro te anestesia, así que la gran caída es normal, es parte del duelo, no quiere decir que haya que pedir ayuda. No te apetece ver a gente, piensas que todo se te viene abajo, piensas mucho en esa persona…
Cuando esto te lleva a estar totalmente centrado en ello, pensando en esa persona todo el día, sin poder centrarse en el trabajo, por ejemplo, hay que pedir ayuda. Estar conectados con la persona en la pérdida en momentos es positivo. Cuando es todo el día y no solo en momentos, es una alarma, porque no estoy mirando a la vida, estoy todo el día conectado con la muerte.
Hay un libro muy bueno para que las personas puedan identificar si su duelo necesita acompañamiento o es normal y es El mensaje de las lágrimas, de Alba Payàs, mi gran maestra en el Instituto IPIR, que tiene más de 20 años de experiencia en acompañamiento en duelo y pérdidas de vida y recibió formación de Elisabeth Kubler-Ross, una de las mayores expertas en el campo de la muerte y los cuidados paliativos.
¿Qué diferencia hay entre una terapia convencional y una de la Escuela Síati?
La convencional parte de la base de la teoría, qué hemos estudiado, categorizando las fases… De alguna forma el paciente se convierte en un agente pasivo y no tan activo y el psicólogo le va ayudando a ver en qué fase está.
En Síati y en el Instituto IPIR, ponemos en primer plano a la persona, valoramos más dónde está, vamos a buscar esa fase a través de preguntas e innovaciones, que él mismo vaya expresando todo lo que aparece en su dolor mental, en el campo somático más espiritual o si se queda solo en el mental.
Buscamos que la persona vaya desde dentro hacia afuera, desde la emoción que produce el dolor hacia la parte más cognitiva, acompañamos a que la persona pueda estar con el dolor y acogerlo. En el rastreo somático, enseñamos a nuestros dolientes -así nos gusta llamarlos y no pacientes- a poder estar y atravesar ese dolor, que les va a llevar a comprender qué les está diciendo, tener una comprensión mayor del dolor y no evitarlo.
¿Una persona puede volver a ser la misma después de sufrir una pérdida importante?
Cuando ha elaborado y transformado su duelo se convierte en mejor persona, a través de llegar a profundizar en su dolor se transforma en una persona más madura y más propensa a encontrarle el sentido a su vida. La persona cambia en el proceso.
¿Qué diferencia hay entre el duelo en un niño, un adolescente y un adulto?
Existen diferencias significativas. Un niño, por edad, sobre todo los menores de seis años, no entiende el «nunca», el tiempo y el espacio para ellos no existe, no entienden que nunca más van a ver a alguien.
Cuando eres adolescente, estás buscando tu personalidad y tu propia identidad. Con ellos hay que tener especial cuidado, dependiendo del entorno, porque pueden sentirse responsables o muy culpables de lo que pasó cuando ve al otro adulto que se ha quedado. Si no puede desarrollar o prestar atención a lo que necesita, que es definirse a sí mismo, cohíbe su propio desarrollo como persona. Si hay síntomas de alarma, el acompañamiento es muy importante.
El adulto al menos ha pasado esas fases, no tiene ese pensamiento mágico y tiene una facilidad mayor de comprender y sabe que la muerte existe. A nivel cognitivo tiene más palabras, ejerce una transformación pero partiendo de una base. Los niños y los adolescentes tienen más riesgos, especialmente en los duelos de familia que no han sido bien procesados.
¿Cómo se le explica la muerte a un niño?
Es importante explicarla, porque los niños son muy curiosos, quizá lo más bello de la vida es esa curiosidad de un niño que siempre está preguntando.
Imagina ese espacio de pérdida en familia, el niño sigue teniendo inquietud y sigue preguntando, porque también es capaz de leer las reacciones en la familia. Hay que tratarlo con naturalidad, normalizarlo y siempre responder a lo que el niño pregunta, pero hay que saber cómo. Existen un falso mito de que hay que proteger a los niños y se construyen muros de silencio, «que no se hable de esto», «que no vea nada», no enseño mi dolor para que no se sienta mal… El niño suele preguntar dónde se ha ido esa persona, qué ha pasado… Y el adulto debe abrirse a intentar responder de la manera más natural.
Al niño le cuesta asumir la finitud como realidad de la existencia, podemos decirle que todo lo que está vivo en el mundo muere. Es muy bueno explicarles desde un contexto más concreto, como que se ha muerto un insecto, los peces en casa… Es bueno incluso que el niño vea que el pez se ha muerto y nos despedimos de él, le hace crecer de forma más madura y llevarlo mejor cuando llegue el momento y tenga más contacto con la muerte.
No le puedes decir “después de la muerte no hay nada”. Hay que tener en cuenta que la nada a un niño le genera mucha angustia, independientemente de que no seas creyente, hay decirle que la muerte no es el fin de la relación y que siempre vamos a estar con esta persona, porque le queremos. El vínculo siempre existe y los lazos son continuos, eso se transmite mucho a los niños. La abuela sigue siendo la abuela, todo lo que has vivido sigue estando contigo y lo vas a recordar. Y es mejor decir “se ha muerto” que “se ha marchado”, porque ellos no entienden a dónde. Podemos decirles que la persona sigue estando aquí porque no nos vamos a olvidar de ella.