Meses después de haber pasado los momentos más críticos de la pandemia, son muchos los testimonios de trabajadores funerarios que siguen viendo la luz. Todos ellos mantienen algo en común, el recuerdo de haber vivido un horror, una “guerra sin balas”, una amenaza invisible a la que cada día se hacía frente.
Es el caso de Ángel, coordinador de servicio en Funeraria Gijonesa. Cuenta su experiencia en una entrevista a infoLibre en la que la palabra más repetida es “tristeza”. Asegura que, pese a no haber temido por su salud (ya que la empresa protegió a sus trabajadores adecuadamente) sí echó horas de más, aún cuando no se llevaban a cabo funerales.
“Gijón es una ciudad que tiene 2.900 fallecidos al año y esos días superamos los 4.000”, señala. Cifras a las que nos acostumbramos a través de los medios de comunicación, pero que eran muy reales en las funerarias. Cada fallecido traía tras de sí una historia y una familia. Algo que los funerarios conocen bien. “Veías la desesperación de esas familias. Incluso en ocasiones eran las familias las que te daban ayuda a ti. La ciudadanía de Gijón hizo valer su entereza”.
Pese a todo, Ángel se sentía feliz de “poner poner algo de nuestra parte”. Una muestra más del deber y entrega que los trabajadores funerarios han mostrado durante toda la pandemia. Por eso son tan importantes testimonios como el suyo, que nos ayuden a mantener vivo el recuerdo de lo vivido y que han servido para poner en valor el trabajo funerario en la sociedad.