Si hay algo ineludible en la vida es la muerte, y los ataúdes forman parte del ritual de la despedida desde hace miles de años. Su aparición se asocia con la necesidad de conservar encerrado el espíritu de los muertos, para evitar que se levantaran y empezaran a perseguir a los vivos. Y aunque hoy en día esta creencia ya ha desaparecido, siguen utilizándose a diario. La mayoría de las veces son prácticamente iguales unos a otros, sin embargo no siempre tiene por qué ser así. Un empresario de Nueva Zelanda ha decidido dar forma a coloridos féretros personalizados con formas de camión de bomberos, tableta de chocolate, velero o bloques de Lego, entre otras. Su propósito es aligerar la pesadumbre de la despedida de un ser querido.
Ataúdes personalizados y de todas las formas
A Ross Hall se le ocurrió la idea hace unos 15 años, cuando preparaba su testamento y ello le hizo reflexionar sobre su propia muerte. Entonces decidió que le gustaría ser enterrado en un ataúd rojo decorado con llamas para, de esa forma, contrarrestar el ambiente fúnebre del sepelio. Seis meses después, propuso su revolucionaria idea a distintas funerarias, que, en un primer momento, acogieron su idea con frialdad. Sin embargo, la idea acabó materializándose con el paso del tiempo.
Hall compone los ataúdes con tableros de fibra y de madera contrachapada, y después recurre a una impresora digital para elaborar los diseños según el deseo expreso de los clientes.
De sus manos han salido ataúdes cubiertos con joyas o con ilustraciones de playas de los destinos vacacionales predilectos de los fallecidos. Incluso le encargaron uno inspirado en la película ‘Matrix’. El más complicado fue un ataúd-velero con quilla, cabina, timón, velas e incluso barandillas metálicas y poleas.
Una celebración de la vida
“Es una celebración de la vida más que un luto por la muerte”, resalta el empresario, cuyas creaciones oscilan entre los 2.100 y los 5.400 dólares.
Uno de los últimos ataúdes que hizo Hall fue para su primo. Como le encantaban los dónuts, se le ocurrió la idea de hacerse un féretro en forma del dónut de crema. De esa forma, logró lo que quería: que su funeral estuviera marcado por risas que aliviaron el ánimo de los presentes.
Para el empresario sus ataúdes son una forma de eclipsar la tristeza y los momentos difíciles.