Suelen tener forma de lápida o pedestal y durante décadas se han ido recogiendo en algunos de los museos más importantes del mundo. O visitando en aquellos lugares en los que fueron instaladas por primera vez. Las estelas funerarias, cuyo uso sigue siendo habitual hoy en día, tienen un alto valor patrimonial y encierran una parte muy importante de la historia universal.
Están fabricadas en piedra y a menudo incluyen dibujos o mensajes de gran valor para quienes estudian el campo de la arqueología y para la población en general. Se trata, por tanto, de piezas en las que se pueden encontrar explicaciones de cómo vivían nuestros antepasados. Y, sobre todo, de cómo se despedía a los fallecidos. Por eso es tan importante protegerlas.
Cientos de años de antigüedad
Algunos de los principales expertos en la materia sitúan las primeras estelas funerarias en el año 1.100 a.C. Ligadas a los ritos de despedida, fueron apareciendo desde entonces en diversas culturas, muy diferentes entre ellas.
Desde las tumbas imperiales de Xian (China) a la antigua Roma pasando por la India, las estelas funerarias han sido una constante con el paso de los siglos. Una forma muy habitual de honrar a los difuntos y tratar de mantener su memoria.
Más allá del rito funerario
Aunque este tipo de monumentos están muy ligados a los ritos funerarios, en muchas culturas se han utilizado también para otras cuestiones. De este modo, a lo largo de la historia se ha erigido para conmemorar algún hecho destacado, para invocar poderes curativos o religiosos y también por motivos geográficos. Como, por ejemplo, limitar el inicio y el fin de determinados territorios.
Todas estas cuestiones elevan el valor patrimonial de las estelas funerarias y han provocado que ciudadanos y administraciones -que en ocasiones no han cumplido con este tipo de deberes- reclamen su mantenimiento y trabajen para que las generaciones venideras puedan disfrutarlas.